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Noema Alavez Pérez me recibe en su casa con una sonrisa tierna y un “hola” empapado de cansancio. Parada allí, en la puerta del humilde dúplex que sus padres alquilan en Bridgeton, con una camiseta y pantalones leggins y su pelo fucsia recogido en un moño desordenado, se parece a cualquiera de las jóvenes mamás en mi grupo de amigas.
Eso es a primera vista, por lo menos. La miro más de cerca y no puedo evitar notar algo mucho más profundo — el gran dolor en su mirada, una profunda tristeza en sus ojos que simplemente no desvanece. Y de repente, se me es difícil olvidar la razón por la cual estoy aquí: para preguntarle por su pequeña, la hija que por tres años no ha estado a su lado.
La hija que un día llevó a jugar a un parque del vecindario y que jamás pudo retornar a casa. Su querida primogénita, su princesita de ojos almendrados, su pequeña traviesa, la pequeña con la sonrisa desbordante, su niña linda y cariñosa, su inolvidable Dulce María.
Esa fatídica tarde del 16 de septiembre de 2019, Noema llevó a su hermana de 8 años y a sus dos hijos, Dulce y Manny, de tres años, a jugar a Bridgeton City Park.
Noema es de padres mexicanos, pero creció en Bridgeton y para ella el parque era un lugar sano en el que había estado muchas veces. Recuerda que a menudo había jugado allí, fuera de la vista de sus propios padres, siempre sin incidente.
Ese día, Noema, que en ese entonces tenía 19 años, se quedó en el auto mientras sus hijos corrían hacia los columpios a unos 30 metros de distancia. Su hermanita hacía una tarea de la escuela y Noema se enfocaba en un boleto de lotería “rasca y gana.”
Minutos después, cuando notó que ya no podía ver a los niños, corrió hacia donde habían estado jugando y encontró a su hijo llorando, pero no a Dulce. Para entonces ya era demasiado tarde. Alguien se la había llevado. Su niña ya no estaba allí.
Ese fue tan solo el comienzo de su pesadilla. En los días y semanas que siguieron a la desaparición de Dulce, que la policía ha estado investigando como un posible secuestro de niños, una ola de intensas críticas de parte de extraños en el Internet, en las redes sociales, y en la comunidad, les cayó encima, a Noema y a su familia.
La juzgaron por no cuidar bien a los niños y la tildaron de mala madre. La criticaron por no llorar en las entrevistas de prensa. Hicieron comentarios racistas sobre la cultura mexicana de su familia. Y asumieron que ella sabe quién se llevó a Dulce. Algunos hasta llegaron a decir que Noema la vendió.
Probablemente no la ha ayudado que la policía no la ha descartado públicamente como sospechosa y que sus padres tampoco hayan sido descartados como sospechosos. Pero si la Policía Estatal y el FBI no han podido resolver el misterio de la desaparición de Dulce, ¿quiénes somos nosotros para decir lo que realmente sucedió?
Aun así, las críticas han sido despiadadas e implacables. Incluso ahora, los “guerreros del teclado” la acribillan por no mostrarse “lo suficientemente triste”. Por no llorar, por no gritar, por no tirarse al piso y mostrarle a todo el mundo como sangra su herida.
No, no es no por falta de sufrimiento, si no por no sufrir en la manera en la cual la sociedad quiere que lo haga, requiere que lo haga. Y es por eso mismo, que la castigan.
Días antes de mi entrevista con Noema, hablé con la terapeuta y autora Pauline Boss sobre cómo se supone que debe actuar un padre en esta situación. ¿Cuál es la forma correcta de afligirse? ¿De expresar dolor? ¿De mostrarse en duelo? Boss, quien escribió “Ambiguous Loss: Learning to Live with Unresolved Grief”, que se traduce a “Pérdida Ambigua: Aprendiendo a Vivir con un Dolor sin Resolución”, me dijo lo que ya esperaba: que no hay forma correcta.
Boss dijo que en casos como el de Dulce, donde la desaparición no se resuelve, el público tiende a “inventar su propia historia, su propia narrativa, y con mucha frecuencia, está mal … principalmente, porque simplemente no hay suficientes hechos sobre lo que sucedió”.
Agrega que las madres, específicamente las madres de color son “típica y muy injustamente criticadas y juzgadas” cuando un niño desaparece, a menudo mucho más duramente que los padres y las madres de otras razas en situaciones similares.
El género, la raza y “la glorificación de la maternidad”, explicó Boss, juegan un papel en esa conclusión general de que “si el niño se lastima de alguna manera, entonces ella ha fallado”. Ella ha fracasado en lo que todavía se considera en gran medida su papel principal y más importante, dice Boss.
Soy madre y sé que es verdad. Todo siempre es culpa nuestra. Sin falta, siempre todo es culpa de la madre. Ella hubiera puesto más atención, no se esforzó lo suficiente. Ella se descuido demasiado. Ella esto, ella aquello. Ella, ella, ella. Lo he escuchado todo. La cruz es nuestra y solo nuestra.
Es esa misma cruz la que Noema ha estado cargando todos los días desde el momento que Dulce desapareció.
No allí frente a las cámaras de los noticieros que la entrevistaron en el parque. Ni tampoco allá en el set de Dr. Phil, donde una vez fue públicamente maltratada. Pero aquí, en la casa de su familia y a puerta cerrada, lejos del juicio hiriente del público, e incluso mientras continúa haciendo todo lo posible por ser una buena madre para sus otros tres hijos.
Pienso en lo difícil que debe ser para Noema darnos la bienvenida a mi colega y a mi aquí en su casa, en su refugio seguro, y le doy la gracias cuando nos brinda dos sillas y nos acompaña desde el sofá en la pequeña sala.
Es una sensación extraña y abrumadora, pero el aire que se respira aquí es triste y alegre a la vez. La brillante sonrisa de Dulce está plasmada en todas las paredes.
Está su primera y única foto de la escuela, sus coloridos proyectos escolares y una foto algo más grande de su primer añito, es Dulce sonriendo en un vestidito rosado y blanco con volantes que le pusieron para festejar el día.
Me fijo en la foto y me acuerdo del primer cumpleaños de mi hija, que acaba de empezar el kínder y tiene la misma edad que tenía Dulce cuando desapareció. Ese día le puse un vestidito casi idéntico al de Dulce, con los mismos colores y vuelitos. Trago y se me aprieta el corazón.
En la esquina veo una manualidad del Día de las Madres que me llama la atención — es un buque de flores y los pétalos son las huellas de las manitos de Dulce. Tengo uno igual que me hizo mi niña colgando en el refrigerador. Le comento a Noema acerca de él y me dice que la niña se lo regalo, no a ella, sino que, a su segunda mamá, su abuelita.
La mamá de Noema, Norma, compartía la custodia de Dulce con ella. La idea era poder ayudar a la joven madre, que dio a luz con tan solo 14 años.
Noema me cuenta que a su mamá la desaparición de Dulce la ha devastado tanto que su único consuelo ha sido rezar y leer la Biblia.
A nuestro alrededor, a través de fotos y otros recuerdos, Dulce está presente. Y a nuestro lado, otras dos niñas también hacen sentir su presencia: el miembro más nuevo de la familia, Hope, de un año, y Estrella, que tiene 2 años, y que con su cabello lacio negro azabache y su sonrisa pícara se parece mucho a Dulce.
De vez en cuando gritan “Mamá” o estallan en lágrimas. Noema las consiente. Pausa para escucharlas o decirles unas palabras. Las sostiene, las abraza o les pone dibujos animados en el teléfono para entretenerlas mientras seguimos nuestra plática.
Manny, que estaba con Dulce el día que desapareció y ahora tiene 6 años, nos pasa por el lado y rápidamente sube las escaleras. Cuando desapareció Dulce, él tenía 3 años y no ha podido explicar qué le sucedió a su hermana.
Estos días, nos dice Noema, Manny no habla mucho de Dulce. “Trata de decir las palabras, pero no puede encontrar las palabras correctas para usar”, dice.
Es un problema con el cual Noema se identifica mucho. Desde el día en que Dulce desapareció, encontrar las palabras correctas para usar ha demostrado ser una lucha para ella, una gran lucha que ha tenido consecuencias muy dolorosas y que ha causado que muchos en la comunidad de Bridgeton, al igual que en otros lugares, la vean como una mujer fría, indiferente e incluso sospechosa.
Claro que ese no ha sido el caso hoy. Desde que llegamos la conversación ha fluido sin respuestas cortantes o de una sola palabra. Incluso mi colega, que ha informado sobre el caso de Dulce desde el principio, se da cuenta de que Noema se ha abierto más que nunca en el pasado.
Probablemente se deba a que nuestra entrevista de hoy ha sido mayormente en español, el primer idioma de Noema. Y el mío.
Ella misma admite: “No puedo expresarme [en inglés] tan bien como lo hago en español … Fue muy difícil para mí aprender inglés y bueno, hago mi mejor esfuerzo”.
Pero hoy, estamos hablando el mismo idioma en más de un sentido. Tal vez, por primera vez, se siente vista en otra luz, se siente vista con diferentes ojos, y se da permiso de ser vulnerable y no solo frente a una periodista, si no que enfrente a una mamá. Una mamá joven y latina al igual que ella.
Tal vez ella pueda sentir que estoy totalmente de acuerdo cuando me dice que lo que le sucedió a ella le puede pasar a cualquiera.
Me dice que el dolor es constante. Con lágrimas corriendo por su rostro, me dice: “para mí, es difícil todos los días”.
Me dice que desearía poder regresar en el tiempo y nunca haber ido al parque.
Me habla de los vestidos de Dulce, los que tanto le gustaba ponerse —”le encantaban los vestidos y era muy coqueta”— habla de Dulce y sus ojos brillosos vuelven a llenarse de lágrimas otra vez.
Ahora todos sus vestiditos están empacados en cajas que permanecen en el ático. Dulce, dice Noema, se los solía poner y se ponía a dar vueltas por doquier en el cuarto y en la sala, siempre cantando en voz alta la letra de la canción principal de su película favorita de Disney, “Frozen”.
No le digo nada a Noema, pero mi cerebro ya le dio play a una memoria especial, ya en mi mente la puedo ver, es mi propia pequeña traviesa, en su vestidito celeste de Elsa, el mismo que le encantaba a Dulce, cantando la misma canción en nuestra sala a todo pulmón.
Pienso en cómo sería mi vida sin ella, si yo también tuviera un descuido similar. Si yo también, durante unos minutos, me atreviera a pensar que el parque en el que jugué de niña es seguro, y no lo fuese.
Empujo hacia atrás las lágrimas y sin pensarlo dos veces, hago lo que en este momento me resulta más natural: me levanto y la abrazo. Nos abrazamos por unos minutos y ella me lo agradece.
Pauline Boss, la terapeuta y autora con la que hablé, me dijo que “como sociedad, debemos examinar cómo respondemos a estos trágicos eventos de niños desaparecidos y mirar hacia dentro de nosotros mismos. Tenemos que chequearnos”.
Dijo que es necesario que haya más apoyo para la familia que queda atrás, más bondad y menos crueldad.
¿Pero acaso es eso algo que necesitamos escuchar de un experto?
No. Esa es una lección básica en humanidad que mis padres me enseñaron hace mucho tiempo: “Elige la empatía”. La crueldad muchas veces parece la opción más fácil, pero incluso entonces elige la empatía.
El color de la piel, el género, el origen racial, el estatus socioeconómico o incluso la falta de lágrimas en frente de una cámara, ninguna de esas cosas debería ser un marcador por el cual medimos si debemos o no otorgarle a alguien el beneficio de la duda.
Durante mucho tiempo, dice Noema, las críticas que enfrentó, tanto en las redes sociales como en la vida real, fueron aplastantes.
“Me hicieron sentir muy mal. Me hicieron sentir como si realmente fuera esa persona que decían que era”.
Ahora, dice, tiene que ser fuerte por sus hijos. “Y también, por Dulce, en caso de que algún día regrese y esté aquí con nosotros otra vez”.
Y si lo hace, Noema dice que espera que su pequeña pueda perdonarla por dejarla fuera de su vista ese día, “por no estar allí con ella, por no ser tan buena madre como debería haber sido”.
Le pregunto si ella ya lo ha hecho: si ya se ha perdonado a sí misma. Sacude la cabeza “no” y baja la mirada.
No presumo saber qué le pasó a Dulce y no quiero plantear la hipótesis de dónde pueda estar o quién se la pudo haber llevado. Sé que eso no me corresponde a mí y prefiero no especular. Pero después de un largo viaje a casa, abrazo a mi hija un poco más fuerte, leo un pasaje de mi Biblia y digo una oración más antes de dormir.
Conéctate con Daysi Calavia-Robertson, escríbele a dcalavia-robertson@versuszone.com. Siguela en Instagram @presspassdaysi o en Twitter @presspassdaysi.
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